
Es curioso que, a pesar de vivir en la era del plástico, hay objetos cotidianos que sobreviven y que con el tiempo se re-descubren sus virtudes.
De pequeños, todos quienes hemos veraneado en el pueblo tenemos en la memoria el papel del botijo en las tardes de calor. Lo que pesaba y lo bien que sabía esa agua fresquita.
De hecho, la explicación científica del funcionamiento del botijo es la siguiente:
«A condición de que sean blancos o muy claros (y por eso la mayoría lo son), los botijos pueden refrescar el agua incluso a pleno sol, pues casi no absorben la radiación solar, y parte del calor debido a la temperatura ambiente lo disipan por evaporación (…) Esto sucede porque a través de los poros del barro blanco del botijo se filtra parte del agua, creándose así un microclima alrededor del botijo que hace que descienda la temperatura del líquido»
Sea como sea, el humilde botijo está presente en nuestra memoria y esta poesía de Pepita Calles Crespo titulada «Las virtudes del botijo» lo homenajea y expone el lugar central que tenía en el día a día:
En tiempos de mi niñez
como nevera no había
para aliviarse la sed
del botijo se bebía.
No era fría ni caliente
digamos, que era del tiempo,
y empinando del botijo
se recobraba el aliento.
Los que al beber, no eran diestros
bebían de la boca a morro
y otros simple y llanamente
lo hacían chupando el pitorro.
Pero el que en ello era experto
alzaba el botijo en alto
y a placer bebía a chorro
hasta que quedaba harto.
Sobre la mesa camilla
el botijo se encontraba
siempre lleno y bien dispuesto
por si se necesitaba.
Con él se iba a la fuente
a llenarlo de agua clara
un agua, que su sabor
a quien bebía le gustaba.
De él bebían los niños,
los mozalbetes y ancianos,
y todos le iban sobando
la barriga con las manos.
Y el botijo generoso
y sabedor de su hacer,
agradecía el manoseo
y se dejaba querer.
Cuánto se podría decir
del botijo y sus virtudes,
si al labrador se pregunta…
lo pondría por las nubes.
En las labores del campo
imprescindible se hacía
sobre todo cuando el sol
apretaba al mediodía.
Y en las noches estivales
cuando se salía a la fresca
el botijo no faltaba
en la tertulia y la gresca.
De anécdotas un sin fín
de él se podrían contar
pero, tan largo sería
que aquí ya voy a cortar.
Hecho con un gran primor
artesanalmente a mano,
no hay que negar sus virtudes
y el gran servicio prestado.
Quien del botijo de barro
diga que nunca ha bebido,
yo les digo que no saben
lo bueno que se han perdido.
Pepita Calles Crespo
Octubre 2018
*Pepita Calles Crespo es una poetisa salmantina afincada en Barcelona que destaca por su sensibilidad y su inspiración en la vida cotidiana. Es autora de varias obras como “Prisionero en libertad”, “Ecos de mis pensamientos” y «Andando por el camino», y participa en la Asociación Poética Constancia del barrio de Sant Andreu. En este enlace se pueden leer varias de sus poesías